DÍA TRIGÉSIMO CUARTO. TÁPATE LA BOCA.


Al final, las madres tenían razón.

Yo creo que en todas las culturas, en cualquier latitud del mundo, una madre no es una madre en su sentido estricto de la palabra si no pronunciaba una frase de advertencia, que en todos los sitios es la misma, cuando salías de casa de pequeño para ir al colegio: "tápate la boca".

En los inviernos castellanos, las heladas eran contundentes. Los charcos, en las calles, eran una pista de patinaje y de los tejados colgaban lo que llamábamos "los colmillos del diablo", que no era otra cosa que el agua, al caer de las tejas, formando verdaderos cuchillos de hielo al congelarse. Pues bien, aún con esas temperaturas, podían vestirte con pantalón de pata corta, que apenas llegaba a las rodillas, pero la consigna al salir a la calle era: "tápate la boca". Sin ese apercibimiento no salías de casa.

Desde el balcón sobre los cinco carriles desiertos de la Av. Callao de Buenos Aires, cuando veo a la gente que circula por las veredas de un lado para otro con los barbijos obligatoriamente instalados en su cara, pienso que nuestras madres eran unas visionarias y tenían más razón que un santo.

Las madres de los años sesenta tenían poderes. Ya me ha parecido inexplicable cómo eran capaces de estirar el dinero para mantener y desarrollar la economía familiar. Hoy en día no entiendo aún cómo el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial no tienen en su cúpula decisoria un Consejo de Madres de los años Sesenta que ayuden a tomar decisiones sobre el reparto de la riqueza en el mundo, ahora sobre todo que, bien criados los hijos y cuidados los nietos, dispondrían de tiempo para analizar y ayudar a distribuir los bienes de modo que a nadie le faltara nada. Si realmente el interés de estas Entidades fuera el desarrollo mundial de forma igualitaria, saldría más que fortalecido con el concurso de una docena de aguerridas mujeres de aquella época.

En estos días, que han sido agasajadas telemáticamente, pensaba que han sido heroínas sin capa. Ahora, que hay quien ha inventado la acepción de "influencers", no cuenta con que hace ya cincuenta años, aquellas madres creaban opinión y modificaban nuestro criterio con un "no te lo repito más veces" como frase que dejaba absolutamente claro qué tendencia había que abordar en ese momento. Nuestras madres han tenido un ojo en la espalda que les ha permitido asegurar, acertando la mayor parte de las ocasiones, "te estoy viendo", sin darse la vuelta siquiera para mirarnos.

Las madres de aquella época eran, además de eso, enfermeras, profesoras de actividades complementarias sin que, en la mayor parte de las ocasiones hubieran pisado un colegio más allá de lo esencial, psicólogas, confidentes, entrenadoras personales, economistas y animadoras socioculturales. Muchas de ellas ahora, en la vejez, continúan haciendo ese trabajo con los nietos mientras sus hijos tratan de sacar adelante una carrera laboral y en este momento, consideradas personal de riesgo y confinadas en sus casas, de donde serán las últimas en salir regalan afecto y besos al aire en el estricto contacto que les permite una pantalla, deseando que llegue el momento en que la mesa de su comedor vuelva a llenarse de ojos que la miran mientras disfrutan lo que han cocinado.

Las madres de entonces eran técnicos en prevención de riesgos. Aunque su consigna preferida para evitar males mayores siembre fuera la misma: "tápate la boca".

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