DIA DÉCIMO. EL SR. POROTO.


Uno de los personajes que mayor frescura me han aportado en los años que han pasado desde que aterricé en Buenos Aires se llama Simón. Pero, aunque ese es su nombre de pila, yo le digo el Sr. Poroto. Hace tiempo que entendió que esa es una forma exclusivamente mía de identificarlo y cada vez que lo llamo así, se ríe a mandíbula batiente, repitiendo el apelativo mientras sus ojos se afinan por encima de una sonrisa de pícaro que deja patente que su sentido del humor es tan solo uno de los rasgos que definen su inteligencia.

El Sr. Poroto y yo, desde que nos conocemos, nos saludamos con un apretón de manos y, a pesar de la confianza que preside nuestra relación, nos tratamos de usted. Nadie más en nuestro entorno utiliza esa fórmula, que se ha convertido en algo propio, un código que seguiremos utilizando mientras tengamos la posibilidad de compartir juntos parte de nuestra vida.

Simón, el Sr. Poroto, es lo que en la Castilla de la que procedo llamamos "un tío echado para adelante", un ganador, que dirían por aquí, un conquistador que no duda en añadirse años si eso le ofrece la posibilidad de la compañía de una chica que le guste. En este tiempo he aprendido de él que se puede vivir mirando a la cara y diciendo lo que se necesita, de modo educado y pidiendo por favor. En nuestra relación las cosas están muy claras. Hemos encontrado nuestro punto común, sin mayor compromiso, un espacio que nos une e identifica y que tiene que ver fundamentalmente con lo audiovisual.

Normalmente viene a casa, aunque en ocasiones también voy a visitarlo a la suya. Al poco tiempo disfrutamos de nuestro común placer, que no es otro que ver películas y escuchar música. Permanecemos largo rato inmóviles, atentos a la pantalla del televisor, del ordenador portátil o incluso del teléfono y es como si en el universo multitudinario y ruidoso en que llega a convertirse la casa, creáramos una burbuja personal donde sólo cabemos los dos. Luego, pasado un rato, ambos volvemos a nuestros asuntos sabiendo que habrá otros momentos como ese.

Me doy cuenta, según lo pienso, que a la hora de recordar nuestro particular mundo, la relación entre nosotros, utilizo el tiempo verbal en presente y, repentinamente, caigo en la cuenta que debería usar el pasado. La verdad es que, lejos de encajar que el mundo que vivíamos hace unas semanas ha cambiado y no sabemos si en algún momento volveremos a disfrutar de él y, en todo caso, cuándo será eso, aún permanece en nuestra cabeza una sensación que si hubiera que definir de algún modo, se parecería mucho a la que sienten aquellos a los que se les extirpa una extremidad, que durante un tiempo, dicen que 21 días, es como si todavía llevaran consigo.

Echo de menos al Sr. Poroto. En todo este tiempo que llevamos de confinamiento forzoso, nos hemos visto algunas veces a través de video llamadas, pero no es lo mismo. Extraño sus apretones de manos, el ruido de la casa cuando llega, la vida que estalla ante mis narices cuando de un día para otro, al llegar, notas que ha cambiado y ha evolucionado para mejor. Noto en falta los almuerzos y las cenas cuando se queda a comer  milanesas con puré, son el sello de identidad del micro mundo en el que se convierte nuestra casa.

Ultimamente quiere salir. Hoy escuchaba un mensaje suyo en el que pedía, siempre por favor, ir a la casa de campo cercana a Buenos Aires. Me asalta cierto temor al pensar qué clase de mundo encontrará cuando todo esto se despeje y los cinco carriles que ahora están vacíos bajo mi balcón vuelvan a poblarse de tráfico. Y cómo será el entramado con el que tendrá que construir su vida porque, Simón, el Sr. Poroto, aún no ha cumplido los tres años.

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