DÍA DÉCIMO OCTAVO. EL SENTIMIENTO Y LA REALIDAD


Ayer me preguntaba sobre la fecha en la que dejaremos de salir a los balcones a aplaudir a aquellos que son considerados "esenciales" y por lo que trasciende últimamente en los medios de comunicación en torno a lo que viene ocurriendo últimamente en algunos ascensores de edificios de vecinos, en los que cuelgan carteles pidiendo a sanitarios, trabajadores de supermercados o encargados de limpieza entre otros que abandonen el edificio y se busquen otro lugar para vivir porque representan un peligro de contagio, da una respuesta contundente: dejaremos de aplaudir pronto. Cuando antes. Y además, esa postura despeja algunas dudas y deja caer la cortina de la hipocresía colectiva detrás de la que nos escondemos como sociedad.

La respuesta es muy simple. Dejaremos de salir a las ventanas en el momento en que se nos pase la tontería y el postureo a la mayoría y como quedarán pocos, no coincidirán en la misma calle y, total, salir al balcón para aplaudir tú solo como si tuvieras alguna disfunción intelectual severa, si añadimos además  que alguno de los vecinos saldrá a recriminar tu actitud, provocará que definitivamente esto de los aplausos en los balcones se convierta en una anécdota más de la que hablar dentro de un tiempo.

Somos, colectivamente, una masa inclinada a repetir consignas sin aplicar el mínimo sentido crítico. Y es que en grupo no pensamos, por lo tanto, con la misma velocidad que respondemos a un impulso en un momento dado, volvemos a la situación inicial. O, lo que dice mucho de nuestra tendencia a hacer las cosas sin criterio, en algunos casos se compagina el homenaje con la persecución de aquellos que desde el minuto inicial de este partido están sudando la camiseta en busca de obtener una victoria para todos.

En las conversaciones que se producen en este confinamiento obligado sobre los cinco carriles vacíos de la Av. Callao, hablaba recientemente en torno a la capacidad que la sociedad como colectivo tiene de modificar determinadas conductas. Es posible que haya comentado esto ya pero siempre he dicho que no creo en la capacidad del ser humano de aprender desde la colectividad. En todo caso, tengo alguna confianza en la modificación de conductas a título individual, siempre y cuando haya un elemento catalizador que así lo provoque, pero como grupo, y la historia está ahí para demostrarlo, somo absolutamente incapaces de mejorar en términos que no supongan nuestra comodidad o el desarrollo de algún mecanismo a través del cual hacer más ricos a los de siempre.

He leído estos días de todo. Que esto es una forma que la naturaleza tiene de mostrarnos otro camino, que saldremos de esto más fuertes, que el mundo experimentará un antes y un después de esta pandemia porque modificaremos nuestras conductas y forzaremos un cambio hacia un comportamiento más natural, más respetuoso con la naturaleza, incluso con las sociedades menos favorecidas.

La mala noticia es que, si repasamos la historia, encontraremos momentos en los que los seres humanos hemos sufrido situaciones infinitamente peores que ésta: guerras globales, invasiones, pandemias para las que no había las condiciones sanitarias ni de comunicación que actualmente disponemos... Ninguna de ellas nos ha hecho modificar nuestra conducta de modo que subamos peldaños en la evolución del pensamiento o en la solidaridad con los otros.

Los aplausos y las recomendaciones de que aquellos que aplaudimos se vayan conviven hoy, que seguimos inmersos en esta pesadilla. ¿Alguien va a asegurarme que, cuando todo esto finalice, nos vamos a acordar de los "esenciales"?

Venga, hombre...

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