DIA DECIMO PRIMERO. NUEVO ORDEN


Van pasando las semanas, una tras otra, y el único resquicio que tenemos para ver la vida de verdad y cuando digo la de verdad es esa que podemos palpar, no la que nos cuentan a través de los medios de comunicación o pensamos que nos llega por medio de las redes sociales. La que podemos sentir, respirar, oler… esa nos llega a través del agujero mayor o menos que tenemos en nuestras casas y, en mi caso particular, mediante el balcón del sexto piso, sobre los cinco carriles de la Av. Callao de Buenos Aires.

Ya dije en alguna ocasión que en esto de defender la propia vida ante el coronavirus hay clases, como en todo. Los hay que no tienen la posibilidad material incluso de permitirse el lujo de encerrarse en su casa porque no la tienen y hay otros que disfrutan (he dicho disfrutan con toda la intención) de un confinamiento cómodo en mansiones con un jardín cuya extensión ya quisieran algunos parques públicos.

No tengo la intención de acudir a la polémica fácil en torno a lo mal repartido que está el mundo y si esta crisis que vivimos ahora nos va a servir para que la humanidad como especie se replantee su forma de vivir y distribuir los bienes que tiene a su disposición. Mi confianza en torno al comportamiento del ser humano no da para tanto, ni mucho menos. No creo que esto sea una línea que trace un antes y un después en ese sentido y sí en otros, que tendrán que ver, como siempre, con la pérdida de libertades individuales, mayor control de la población, más pobreza para la mayoría y grandes beneficios económicos para los listos de turno, esos que tienen un especial sentido para ver oportunidades de negocio con el sufrimiento humano. En serio lo digo. Creo que, al igual que en otras ocasiones, ejemplos tenemos en la historia del siglo pasado, esto servirá para que desde los estrados y los púlpitos se dirijan discursos y homilías cargados de filosofía barata y declaración de intenciones, se crearán incluso asociaciones de países, fundaciones financiadas con dinero público, incluso donaciones privadas que solaparán beneficios mayores. Ha pasado en otras ocasiones, no tenemos más que mirar la historia, ahora que tenemos tiempo para curiosear en nuestras bibliotecas o en el buscador preferido de cada uno en internet.

Lo que ocurrirá, seguramente, es que además de tardar bastante tiempo en recuperar eso que todos damos en llamar "la cotidianeidad", es decir, la capacidad para desplazarnos por todo el mundo, la posibilidad de acceder a actos multitudinarios como conciertos, representaciones teatrales, eventos deportivos de primer nivel, incluso esos partidillos de fútbol de solteros contra casados a los que tantos aficionados hay por el mundo. Todas esas cosas, sobre las que ya venimos escuchando que pertenecen a esa "vuelta gradual", no van a llegar mañana, ni el mes que viene y, veremos si el año que viene.

Lo que pasará también es que ahora, además de distinguir en el mundo entre ricos y pobres, blancos y negros, sur y norte, habrá otra calificación que marque una nueva diferencia: enfermos y sanos. O, incluso, una más: sintomáticos y asintomáticos. Esos que son un peligro potencial para la salud y los que no. Nos colocarán a todos un chip con información sobre nuestro historial médico, de manera que en cada aeropuerto, de tren y transporte público o en cualquier entrada a evento masivo, alguien con un dispositivo nos pueda leer la información y decidir si pasamos o no. Si viajamos o no. Si somos aptos o no. Si somos aptos para trabajar en cualquier empresa o no.

Al loro, como dicen en mi tierra.

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