DÍA DÉCIMO TERCERO. VOLVEREMOS A HACER LAS MALETAS.
Cualquier
otro año, en cualquier parte, a estas horas, la mayor parte de nosotros
teníamos las maletas hechas y estábamos a punto de meternos en un coche, un
tren o un avión , para ir a pasar el resto de la semana a ese sitio en el que
poder desconectar del trabajo cotidiano, el mundanal ruido, las prisas de todos
los días y eso que dimos en llamar "la enfermedad actual", el stress.
¿Se acuerdan de aquella realidad? No está tan lejos en el tiempo... Incluso
hace nada, unos pocos meses, antes de la llegada de las fiestas navideñas,
hicimos las maletas también. Según el hemisferio, metíamos en ella ropa de
invierno o de verano, pero hacíamos las maletas. Y luego, progresivamente, a
medida que nos íbamos acercando al punto de destino, nuestras pulsaciones se
iban espaciando hasta llegar a una cifra mucho mas acorde con una situación de
reposo.
Total...
ayer mismo.
Hoy,
desde mi balcón en el sexto piso sobre los cinco carriles de la Av. Callao de
Buenos Aires, pienso cuándo volveré a hacer la próxima maleta. ¿Cuándo
volveremos a proyectar un viaje, más allá de las cuadras que nos llevan al
supermercado? ¿Cuándo cerraremos la puerta de nuestra casa desde el lado de la
calle, para irnos a otras latitudes, a ese lugar que representa para nosotros
la serenidad, la calma, el sosiego, la energía que recarga nuestras baterías
para continuar después con nuestra vida cotidiana?
Seguramente
todos tenemos un lugar en el mundo al que recurrimos física o incluso
mentalmente cuando necesitamos desconectar. ¿En algún momento volveremos allí?
¿Cuándo será?
Si
a cualquiera de nosotros nos preguntaran qué es lo que haríamos si de repente
todo volviera a la normalidad, seguramente la mayoría, después de aquellas
cosas instintivas como la de salir a la calle corriendo, pasear al aire libre,
tomarnos un café en una terraza, al sol o darnos una jornada completa en un spa
y luego repetir, estoy seguro de lo siguiente sería hacer un viaje. Y todo
viaje personal tiene un lugar definido que se convierte en nuestro destino.
A
veces trato de pensar cómo es la vida de aquellos lugares que nos reciben
cuando no estamos. El silencio pesado de las estancias quietas. El tiempo
inmóvil sobre la quietud de las cosas. Algún crujido en la madera. El sonido
rítmico y pausado de la gota que cae del grifo sobre el metal del sumidero en
el lavabo. ¿Cómo es la vida en los espacios que llenamos de ruido, risas y
vida, cuando no hay nadie?
No
sabemos cuándo volveremos a buscar en los armarios aquello que queremos
llevarnos con nosotros en la maleta. Aún no tenemos una fecha que podamos
situar en nuestra mente, en la que comprobemos de nuevo cómo es un aeropuerto
lleno de gente, un peaje con colas o una estación de tren rebosante de
pasajeros a la espera de su unidad de transporte. Esas cosas, que antes nos
molestaban tanto y nos parecían una incomodidad, pero que ahora cobran una
dimensión diferente desde nuestro confinamiento obligado en nuestra casa.
No
dudo, o al menos quiero confiar en que volverán las sensaciones que produce
nuestro reencuentro personal con el tiempo para nosotros mismos y con aquellos
lugares que nos hacen bien. Me gustaría pensar que no tardaremos en volver a
hacernos fotos en esos sitios para compartir con nuestros amigos ese momento y
que llegará más pronto que tarde el tiempo en que, como el año pasado, tengamos
las maletas hechas para salir de vacaciones a esos lugares en los que somos
felices.
Ojalá
entonces pensemos en la suerte que realmente tenemos de poder hacerlo.
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