DIA QUINTO. ¿Y SI VOLVIÉRAMOS..?


Mi teléfono se está bloqueando. Es tal el número de vídeos que ha recibido a través del WhatsApp que voy a tener que hacer una limpieza que me va a llevar media tarde, y evitar de esa manera que con la saturación deje de funcionar correctamente. Recuerdo ahora de los días de nochebuena y fin de año, cuando recibimos de todos los amigos, conocidos, incluso de algún despistado con el que no mantenemos contacto en todo el año, felicitaciones mejor o peor elaboradas, más o menos ingeniosas, en mayor o menor medida inoportunas. Pero son dos días, tres a lo sumo, en los que con gesto de paciencia abrimos los archivos, vemos los primeros segundos y contestamos el mensaje más por educación que por convencimiento, con un emoticono que ya tenemos a mano para no andar buscándolo. Sí, ese del pulgar hacia arriba, tan a propósito para esas ocasiones.

Esto, lo del encierro obligatorio, va para largo. Así que, si nos empeñamos en seguir enviando vídeos a troche y moche, terminaremos bloqueando los sistemas de comunicación y eso lo vamos a sentir tanto o más que el bloqueo de los sistemas sanitarios. En algún sitio he leído ya (no sé si será una fake news) que internet podría caerse por la acumulación de tráfico en las redes como consecuencia de los mensajes en general y las video conferencias que han crecido de forma exponencial a un ritmo parecido al del virus. Si a cada uno de nosotros mañana se nos cayera internet en casa, alguien puede imaginarse el drama?

Seríamos capaces de vivir hoy sin estar permanentemente comunicados unos con otros sin importar la distancia kilométrica que nos separe? Volveríamos a un tiempo en el que cada actividad de nuestro día llevaba consigo la concentración y dedicación propias, sin que nuestra mirada se desviara hacia la pantallita del teléfono? Dónde irían a parar las plataformas de música, la inmediatez de todo, la necesidad de la urgencia, la falta de capacidad de espera, más allá de un par de segundos para que llegue la página que buscamos? Desaparecerían de nuestra vida palabras como streaming, facebook, instagram, videoconferencia...

En las reuniones familiares ya no se repetiría la escena de varios de sus miembros sentados alrededor de una mesa, cada uno mirando su teléfono en absoluto silencio unos con otros. Por la calle dejaríamos de sortear gente que camina sin ver por dónde anda, con el smartphone ante los ojos. Volveríamos a preguntar por dónde se va a cualquier sitio al primero que encontráramos, en lugar de seguir las indicaciones de la voz de una máquina que guardamos en un bolsillo y que nos indica cuándo girar hacia la derecha o la izquierda o si nuestro destino ha llegado.

La gente se conocería de nuevo a través de amigos comunes, o coincidiendo en una cafetería, sin necesidad de dejar un perfil en una aplicación que te recomienda luego alguien con quien compartes afinidades y que se supone que sería muy adecuado para compartir tu vida, o un rato, o una noche...

Compraríamos las entradas del cine de nuevo en las taquillas, leeríamos periódicos de papel a la hora del desayuno, tendríamos más tiempo, seguramente, para dedicarnos a nosotros mismos y a charlar mirando a los ojos a nuestro interlocutor. Desaparecerían de nuestra vida los vídeos de gatos, los tutoriales de todo tipo, los niños graciosos, las aplicaciones que tienen la respuesta para todas las preguntas, el buscador de google...

Los correos electrónicos volverían a dar paso a las cartas, no volveríamos a hacer la compra a distancia y todos nos sentiríamos repentinamente mucho más alejados de los demás porque, bien pensado, a fin de cuentas, tampoco sería posible que este diario de un náufrago en ultramar, llegara a ninguna parte.

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