DÍA VIGÉSIMO CUARTO. LOS HIJOS DE WOODSTOCK
El
encierro durante tantos días provoca una revisión vital en cada uno de
nosotros. Ya nos ha dado tiempo a ver la película de nuestra vida, algunos en
varios capítulos, como una serie de NETFLIX, si ya tenemos una edad. Debe ser
que, como estamos en una pandemia, la posibilidad de enfermar y no salir vivos
de ésta hace que, como nos han contado que ocurre cuando estás caminando los
últimos metros de tu existencia, asistes a una proyección de tu película
privada, sin que te dé tiempo siquiera a hacer la crítica posterior.
Lo
que pasa es que en esta ocasión sí nos da tiempo a hacer la crítica porque aún
seguimos vivos. Y, claro. si en los días que han transcurrido no hemos tenido
el impulso de anotar, no voy a decir en un papel, pero sí al menos mentalmente
esa lista de cosas que modificaremos cuando nos abran la puerta de la jaula, es
que no vamos a cambiar en nada, por lo tanto, en este punto ruego
encarecidamente que borremos de la memoria de nuestros teléfonos toda esa
mensajería que nos ha llegado diciendo que esto que estamos pasando es un
aprendizaje y que vamos a salir reforzados como sociedad con cambios en nuestro
funcionamiento cotidiano que harán que seamos mejores personas, etc, etc, etc.
Cada
día borro varias decenas de vídeos que llegan por mensajería a mi teléfono móvil.
Confieso en este punto que hay muchos que ni miro, evitando así la descarga en
el terminal, pero muchos de ellos llegan incluso a afirmar que la pandemia del
coronavirus es algo positivo que nos viene muy bien y que es muy oportuno para
que finalmente recapacitemos y le devolvamos al planeta todo aquello que le
esquilmamos desde hace muchas generaciones.
Sentado
en mi balcón, sobre los cinco carriles vacíos de la Av. Callao de Buenos Aires,
no dejo de pensar que, efectivamente, el comportamiento de los seres humanos
como especie no ha sido precisamente lo mejor que le ha podido ocurrir al
planeta. Trato de ser equilibrado al pensar que en el último siglo y medio
hemos sido especialmente crueles con nuestra casa común, extrayendo de aquí y
de allí, sobrecargando por allá, y poniendo el motor del vehículo en el que nos
desplazamos por el universo a unas revoluciones por encima de las
recomendables, haciéndole soportar un peso en el desplazamiento que puede
llevarlo a una avería que nos va a costar un disgusto grave.
Pienso
también que esta situación, nueva en nuestra civilización, nunca el mundo se
había detenido por completo al mismo tiempo, a lo mejor trae luego como
consecuencia el que las generaciones más jóvenes se movilicen realmente por un
modelo diferente que suponga un cambio social a mejor, un plantea mejor
tratado, un mundo más justo en el que todo esté mejor repartido y sus
habitantes sean más felices. Lo que pasa es que la historia es terca y se
empeña en mostrar su empeño en demostrar que todas las revoluciones sociales
ocurridas hasta el momento han movido unos centímetros apenas, en el mejor de
los casos, la enorme piedra que impide el paso hacia una existencia mejor.
A
fin de cuentas, nosotros, los que ya estamos instalados en la línea que separa
las personas conceptuadas de riesgo de las otras, somos hijos del mayo del 68 y
de aquellos que se fueron a Woodstock a escuchar un concierto que duró varios
días, de quienes quisieron darle colorido al mundo en las comunas Hippies y
utilizaron el rock'roll como medio de expresión en contraposición a todo lo que
suponía conformismo. Alguien se acuerda? Aquellos que iban a cambiar el mundo.
Y
aquí estamos. Entre cuatro paredes, confinados y sin saber muy bien cómo sigue
esto...
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