DÍA VIGÉSIMO PRIMERO. PROYECTOS Y REALIDADES.


Van pasando los días y las semanas y se nota el cansancio. Los días se vuelven más densos, más opacos, más difíciles de transitar. Aportan una sensación de pesadez parecida a la que sientes sobre tus zapatos cuando pisas suelo embarrado, que tus piernas pesan y caminas con dificultad y te cuesta separarlos del piso. Quizás sea porque comienza la semana, puede ser. Es como si, después de cada domingo, aunque en este tiempo nuestro calendario parece sacado del "Día de la Marmota", el lunes llegara empeñándose en traer una sensación fea de que esto va para largo, de que no vemos la luz al final del túnel y, por tanto, nuestro desasosiego se hace mayor. Debe ser que en nosotros queda aún ese reflejo que nos remite a que, después del "Plácido Domingo", viene el "Desgraciado lunes".

Me siento en el balcón, sobre los cinco carriles vacíos de la Av. Callao de Buenos Aires y pienso qué es lo que hay que poner aún para convertir este encierro en algo que no se lleve por delante nuestro equilibrio emocional, que no de al traste con la mayor o menor estabilidad mantenida hasta este momento, o la que traíamos de antes, justo cuando todo cambió, la vida nos sorprendió mientras estábamos absortos en nuestras cosas, mirábamos para otro lado y repentinamente nos vimos boca abajo y con las esposas puestas. O, dicho de otro modo, mientras contemplo la escasa vida humana que pasa bajo mi posición, trato de encontrar qué es lo que podemos sacar del fondo del tarro de la serenidad y el optimismo que nos haga sentir que vamos a poder con todo esto y salir adelante luego, cuando haya que salir a la calle y visualizar un mundo con códigos y fundamentos muy distintos a los que conocíamos.

¿Habremos cambiado? Para entonces, seguramente, todos habremos hecho ya balance sobre nuestras vidas, habremos pensado aquellas cosas que queremos hacer y no hicimos nunca, incluso nos habremos prometido dar rienda suelta a nuestros sueños más íntimos en el convencimiento de que ahora, o nunca. Que después de haber visto y sufrido lo que hemos visto y sufrido, la vida no nos va a pillar en otra, con nuestros planes reales guardados en la maleta del miedo, de la inconstancia o de la desidia y que por fin vamos a poner en funcionamiento el resto de nuestra vida como si de un vehículo de competición se tratara, de manera que ésta sea todo lo intensa que necesitamos que sea antes de morir porque, como hemos visto... somos frágiles y, si esto fuera una partida de golf, meter la bolita en el agujero es complicado y las oportunidades de hacerlo son pocas.

Dicen que aquellos que se dedican a profesiones que por sus características los sitúan cotidianamente cerca de la línea que separa la vida de la muerte, además de contemplar esa barrera como algo natural, tienen como tendencia no dejar para mañana sus aspiraciones de hoy, por si el mañana no llega.

Hablar de oportunidades es hacerlo de ocasiones de mejorar. Y, siendo honestos, si salimos de ésta, solo deberíamos ir a mejor, salvo que seamos muy torpes, en cuyo caso será que no lo merecemos. Lo que pasa es que, para que eso ocurra, para hacer posible que el deseo vaya de la mano de la realidad, tendremos que emprender de manera decidida ese camino que siempre quisimos transitar. Y esa es otra historia.

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