DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO. ENORME INCENDIO.

En el país en que nací, España, nuestros mayores, en muchos casos, fueron niños de la guerra. Vivieron un conflicto que no entendieron, pero que los marcó para siempre con cicatrices en el alma, esas que no se ven, pero que son las que más duelen en los cambios de estación. En su adolescencia y primera juventud padecieron la post guerra, el hambre, la incultura, la falta de una educación que los permitiera dar de sí en la medida en la que estaban dotados y muchos, como consecuencia de ello, miraron el horizonte buscando un lugar en el que desarrollar una vida mejor y vinieron a esta otra orilla, al otro lado del Atlántico, a países que se forjaron a través de muchos como ellos, procedentes de diferentes lugares, pero dispuestos a dejarse el alma con tal de vivir dignamente. Y aquí trabajaron como ninguna generación lo ha hecho desde que este país, Argentina, tiene conocimiento. En este lugar escribieron su historia personal, familiar, económica y también la de un país que supo darles la oportunidad de hacerlo.
Y los que quedaron al otro lado, con el corazón roto en mil pedazos por la pérdida de los que se fueron, vivieron décadas de oscuridad, de fascismo, de incultura, de miedo. Unos y otros, desde ambos lados, tejieron una red irrompible de sentimientos que viajaban de una orilla a otra en cartas que describían el dolor contenido de quien siempre está fuera de sitio, como una fotografía desenfocada que nunca termina de mostrar con nitidez la imagen real de quien retrata.
Y unos y otros, con el esfuerzo como única fórmula posible, fueron construyendo su patrimonio que en la mayor parte de las ocasiones se redujo a una vida digna y una posibilidad de una vejez cubierta por un soporte sin mayores dispendios. Cuando se dieron cuenta, a través de los años, se habían convertido en los abuelos de generaciones que venían detrás con un mundo más fácil, más benévolo, en el que las oportunidades parecían mayores. Todo, por supuesto, construido por ellos a través años y años de trabajo, madrugones y privaciones.
Y en esto, llegó la crisis iniciada en la década pasada. Y mientras en un lado, lejos de disfrutar de su jubilación tuvieron que convertirse en el sostén económico de sus hijos y nietos, siendo uno de los importantes pilares del entramado que permitió eso que se llamó "la recuperación", en este otro lado, junto al Río de la Plata padecieron el "corralito" y los años siguientes de inflación, estrechez y tener que buscarse la vida porque la pensión no les llegaba.
Esa generación, que sabe de guerras, conflictos sociales, luchas por derechos que luego disfrutamos los que llegamos más tarde, ahora, cuando podían finalmente disfrutar de sus últimos años con la tranquilidad de quien merece un remanso después de transitar un desierto tan largo, esa generación es la que ahora muere en soledad, sin poder despedirse, sin caricia y sin entierro, alimentando un incendio en el que arde la sabiduría que podría ser el antídoto contra la pandemia más peligrosa: la falta de principios.
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