DÍA DECIMO SEGUNDO. EL VERDADERO PROBLEMA DEL QUE NO SE HABLA


Han pasado ya muchos días desde que se inició la cuarentena en uno y otro lado del Atlántico, más de tres semanas en las que deambulamos por la casa en un ir y venir en busca de estirar las piernas en algunos casos, de no saber qué hacer en otros y porque afortunadamente tenemos casa en la mayoría y podemos deambular por ella. Pero en cualquiera de los casos, han pasado suficientes días como para que pongamos sobre el tapete una cuestión de la que no se está hablando hasta ahora y que constituye un elemento de vital importancia entre todos los que estamos confinados. Tan importante, tan importante, que en el momento en que se abra la veda y podamos salir, aunque sea de forma escalonada a la calle, se generarán tantas colas en la calle como el fatídico viernes en que los abuelos argentinos se instalaron en formación ante las sucursales bancarias del país.

Me estoy refiriendo al tinte para el cabello. Estragos está haciendo la pandemia del coronavirus ante la falta de este producto, aplicado de forma profesional, en hombres y mujeres (y obsérvese que pongo énfasis en ambos géneros) y las consecuencias no sólo estéticas, sino emocionales que dan lugar ante la falta o aplicación sin ningún criterio de cualquier colorante a mano en las casas.

En este sentido, hemos de establecer una línea cultural o de concepto estético a la hora de abordar un tema tan complejo, según nos estemos refiriendo a uno u otro lado del Atlántico.

Si bien en España muchas mujeres optan a determinada edad por el corte de pelo a "lo garsón", es decir, nuca despejada y cabeza simulando la forma de una cereza, con una tendencia al cardado en otras ya de más avanzada edad y colores que se decantan por el marrón en las primeras y ese ceniciento o azulado leve en las segundas, en Argentina no hay frontera y la mayoría de las damas siguen apostando por melena larga y el rubio como seña de identidad de la eterna juventud, ese rubio platino que en otras latitudes conocemos como "amarillo argentino". Bien es sabido el dicho que afirma que una mujer argentina, vista desde atrás, puede tener entre treinta y cinco y sesenta y cinco años.

En cuanto a los hombres, muchos en la zona europea del Atlántico siguen recurriendo al Grecian 2000, ese que tanto le gustaba a Rajoy después de años ya en los que los hombres trataban de ocultar sus canas con una versión cutre y chota del tinte como es debido que provoca un color rata parda que no termina de instalarse bien y que deja a la vista las raíces, sobre todo a la altura de las patillas y en la nuca.

Dicho esto, las semanas que llevamos de encierro provocan estragos en la conformación estética de hombres y mujeres que ante la imposibilidad de cumplir con la liturgia cotidiana de visitar al peluquero (trabajo esencial el del peluquero si lo contemplamos desde esta perspectiva), ese profesional que se ocupa no solo del lado estético, sino del emocional al ejercer de confesor, psicólogo y confidente, una vez resignadas y resignados a la aparición de esa línea blanca que delimita la realidad del disfraz, miran al cielo en espera de que esta pesadilla pase cuanto antes para correr despavoridos hasta su centro de estética en busca de su identidad perdida.

Yo diría más, sin temor a equivocarme. Hay gente que arriesgaría sin pensarlo su salud para salir incluso en la cuarentena para ir a teñirse el pelo, hacerse las uñas y ponerse una mascarilla y no me refiero a la sanitaria.

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